Esa mañana,
esa escuela,
esos chicos

A 10 años de la masacre de Patagones

Textos: Mauro Decker Díaz, Pablo Goicochea, Matías Mugione, Maximiliano Palou, Gustavo Pereyra, Federico Sieder, Belén Uriarte y Damián Vallejos. Colaboración: Javier Cambarieri, Juan Pablo Gorbal, Sofía Iaschuk y Pablo Pascual. Fotos: Sebastián Cortés, Emmanuel Briane y archivo. Edición general: Abel Escudero Zadrayec.

13 tiros. 3 muertos. 5 heridos.

Un asesino de 15 años. Un antes y un después para Patagones.

El 28 de septiembre de 2004 "Junior" entró en su aula del colegio "Islas Malvinas" y vació un cargador apuntando a sus compañeros.

Mató a Federico Ponce, Evangelina Miranda y Sandra Núñez. Y quedaron heridos Pablo Saldías Kloster, Rodrigo Torres, Nicolás Leonardi, Cintia Casasola y Natalia Salomón.

Una década más tarde, testigos directos y víctimas de la primera tragedia escolar de Latinoamérica se le animan al horror indeleble y exponen sus cicatrices.

Nicolás Leonardi, uno de los heridos

"Me desperté de la anestesia con la imagen de 'Junior' gatillando"

Nico, con un brazo enyesado, en una marcha por justicia.

Por Pablo Goicochea

N
icolás Leonardi y "Junior" se conocían desde chiquitos porque jugaban a la pelota juntos en el Club Social y Atlético Jorge Newbery de Carmen de Patagones.

Una semana antes de la masacre jugaron lo más bien.

"Él se cagaba de risa —cuenta—. El problema lo tenía en la escuela. Era otro pibe. Callado. No interactuaba. Como que no estaba en el aula. El padre lo tenía cagando."

Aquel martes trágico de hace 10 años, "Nico" llegó a la escuela con Federico Ponce, uno de los chicos que murió en el aula.

"'Junior' y su amigo Dante estaban sentados en un rincón del patio grande, contra una pared, solos, medio raro. Pero después no noté nada."

Nico fue el primero en recibir uno de los 13 balazos de "Junior".

Me dio en la axila y quedé desorientado por los estruendos. Tiraba todo el tiempo hacia donde estaban Fede y Pablo Saldías. La gente corría para esconderse.

A Evangelina Miranda la escuché gritar. Se tambaleaba. La salté.

Y a Rodrigo Torres lo abracé de atrás para sacarlo. Le salía sangre por la boca. "¡Me pegó!", decía. Ahí fue cuando sentí mi ropa mojada.

Mi papá me llevó al hospital. "¡Dispararon y Fede está muerto!", le conté pero no me creyó. Pensó que me había cagado a trompadas.

Me operaron y me desperté de la anestesia con la imagen de la cara de "Junior" con el dedo en gatillo, disparando.

***

Nicolás volvió a la escuela a los pocos días y ahí sintió la falta de sus compañeros. Es lo único que todavía le duele.

Ahora estudia en La Plata para ser odontólogo. Un día fue a cortarse el pelo y la peluquera le contó que a "Junior" le habían dado una casa por ahí cerca, en la zona de Ensenada. Nico a veces atiende en una salita médica, ahí.

"Si me lo cruzo, lo reconozco —dice—. Me gustaría preguntarle si es verdad que piensa que lo cargábamos, pero soy calentón y no podría."

Padres de Federico Ponce, un chico muerto

"A la directora, por haber matado a nuestros hijos, le dieron un premio"

Tomás Ponce y Marisa Santa Cruz.

Por Damián Vallejos

F
ederico Ponce recibió un tiro y murió en el acto. Su papá Tomás llegó a la escuela minutos después del tiroteo.

"Vi una hecatombe: sangre, chicos enloquecidos, cuerpos tirados. Un desastre. No sabía ni quien había sido el que disparó. Algunos decían Dante, otros comentaban que lo había hecho un amigo de él apodado 'Junior'."

Tomás cree que la relación entre esos 2 chicos, el descuido familiar y una mala intervención de las autoridades escolares fue lo que hizo que llegara esa mañana trágica.

"Dante y 'Junior' eran los que molestaban al grupo. Se sentían superiores. Así que no hubo bullying", advierte la mamá de Fede, Marisa Santa Cruz.

"En marzo el papá de 'Junior' fue al colegio, habló con las psicopedagogas y les dijo que en la casa no lo podía controlar, que estaba violento y que no quería que se juntara más con Dante, porque lo llevaba por mal camino —agrega Tomás— ¿Qué hizo el grupo de especialistas durante ese medio año para solucionar algo?"

Tomás dice que los 8 sumarios internos que se ordenaron desde el Ministerio de Educación provincial se cajonearon porque los docentes eran condenables:

"Los que realmente mancharon de sangre su guardapolvo son los del colegio".

También dice que a la directora de la escuela Islas Malvinas en ese momento, Adriana Goicochea, la sacaron de su cargo y unos meses después asumió como inspectora. "Le dieron un premio por matar a nuestros hijos".

Toda la "investigación" en el sistema educativo mortificó a los chicos, según los papás de Federico: "Les tomaban declaraciones para esos sumarios y los chicos se hacían pis, se la pasaban llorando todo el día".

"No quieren admitir que son los responsables. Tiene que haber algún tipo de castigo", interviene Marisa.

Los papás de Fede también dicen que las autoridades de Prefectura Naval, donde trabajaba el padre de "Junior", se portaron mal con ellos y con la ciudad.

Una marca.

"'Junior' es mayor y no lleva una estampilla que diga que asesinó. Me gustaría que un tipo que mató de menor se sepa. Esta cara es. Está suelto. Asesinó", reclama Marisa. Para ella, ningún tratamiento garantiza que ahora "esté bien de la cabeza".

Deseo. "Me gustaría saber dónde está y charlar con él. Así, a manito limpia. Quiero preguntarle qué lo llevó a hacer lo que hizo. Por qué si en 7º grado quería matar a un grupo, mató a otro." Marisa, mamá de Fede.

"Si me lo encuentro a 'Junior', no sé —dice Tomás—. Ni me lo imagino. Soy de muy bajo temperamento, soy una oveja. Pero quiero charlar con él." Tomás.

Decepción. El papá de Fede dice que su otro hijo Maxi ya tenía planeado entrar como oficial a la Prefectura, pero después de que mataron a su hermano con un arma de ellos se le derrumbó toda la expectativa de carrera. "Y además, actuaron corporativamente para encubrir a la familia. A muchos se les cayó la imagen de una fuerza que te acompañaba y ayudaba".

Sin olvido. "Esto está adentro y va estar hasta que te lleven al cementerio. Ahí está la vida, el sueño, el despertar, los que te hicieron daño, los que dañaron a los chicos. Los que murieron, murieron. Y los que quedaron a salvo la pasaron mal." Tomás, papá de Fede.

Familiares y allegados a Sandra Núñez marchan por su memoria.

Graciela Núñez, tía de una de las chicas fallecidas

"Este pibe estaba dando señales, señales MUY fuertes"

Por Federico Sieder

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raciela Núñez llegó al trabajo. Se sentó en el escritorio donde trabajaba como secretaria, y una de sus compañeras le preguntó: "¿Estás escuchando la radio? Hubo un tiroteo en la escuela Malvinas".

Graciela era la madrina y tía de Sandra Núñez, que iba a ese colegio. Agarró el teléfono, llamó a su marido y fue hasta San Lorenzo 169. Habían quedado en encontrarse allá.

"Cuando llegué era un caos. Un desborde. Había gente corriendo, llorando. Buscaban a sus hijos, los que estaban sanos, los que estaban desparramados, los que estaban en las casas de los vecinos", recuerda.

Cuando llegó a la escuela ya estaban sus 3 hermanas y su hermano viajaba desde Viedma. Había llegado su marido. Nadie les explicaba nada.

En el caos, Graciela cuenta que su esposo le dijo que una de las víctimas era Sandra, pero asegura: "No lo asimilé hasta que llegué al hospital".

***

Después de 10 años asegura que todavía tiene bronca e impotencia. Le duele que a Junior lo declararan inimputable, las "explicaciones a distancia" por parte de las autoridades, que desde la educación no se hiciera nada... "cómo no se hace... todavía al día de hoy".

"Este pibe estaba dando señales, señales MUY fuertes. Y no se tomaron medidas para nada, en ningún momento. No se tomó en cuenta nada", dice Graciela.

"Todo se tapó muy rápido. Pintaron todo, taparon los agujeros de las balas. Fue todo muy raro."

Tras el tiroteo "se hicieron varias reuniones y fui con mi hermana. Uno espera que le digan: 'Pasó por esto y esto', pero no había explicación como no la hay ahora, fue un desequilibrio del pibe y nada más".

"A la distancia entiendo que si aparece un chico -armado- en el aula no sé cómo lo podés evitar. Si hubiera estado el docente cuando entró este pibe al aula... quizás hubiese sido distinto. Quizás no hubiese disparado. Igual eso tampoco se puede prever", reflexiona.

Graciela es docente de primaria desde hace 20 años y asegura que "en la educación faltan muchas cosas. La violencia viene de afuera de la escuela y no se aplica nada para ayudar a los pibes. Lo vi en ese momento y lo veo ahora también".

"La contención dentro de la escuela tampoco se ve, no por parte del docente sino de especialistas, como el asistente social o el psicólogo. No pueden estar itinerando de una escuela a otra, particularmente en las escuelas de riesgo", se queja.

Graciela y su libro del dolor.

"No tendría nada que decirle a Junior. Si hizo eso es porque no estaba en sus cabales. Lamento mucho lo que hizo porque a mi sobrina no la tengo más", admite Graciela.

"Sandra era hija de madre soltera. Así que un poco la criamos entre todos", recuerda Graciela, que en 2010 presentó Crónica de una tragedia. Carmen de Patagones, un antes y un después en la feria del libro. "Está escrito desde mi sentir, cómo viví ese 28".

Núñez no conoce el paradero de Solich, y la información que tiene sobre el caso siempre fue limitada. "Nos dijeron en varias oportunidades que está en un instituto psiquiátrico y nosotros confiamos en que sea así".

Arriba: un abrazo al colegio. Abajo: el velatorio en el Club Atenas y la procesión hasta el cementerio.

¿Y "Junior"?

"Junior" está a 30 días de cumplir 26 años. Vive en el partido de Ensenada, a 15 kilómetros de La Plata, con su familia.

Según el periodista Pablo Morosi, autor de 2 libros sobre el tema, no estudia, ni trabaja. Está libre y periódicamente tiene que presentarse a una clínica y a una jueza.

Al día siguiente de la masacre, la magistrada de Menores de Bahía Blanca Alicia Ramallo lo sobreseyó porque tenía 15 años y era inimputable.

Imagen: clarin.com.

Estuvo en la dependencia de Prefectura Naval de Ingeniero White hasta el 30 de diciembre cuando las autoridades dijeron que ya no podían alojarlo más. Ramallo lo derivó a El Dique de Ensenada, un instituto de máxima seguridad con asistencia médica y psicológica permanente.

La jueza Ramallo confirmó que "Junior" estuvo ahí hasta los 21 años. Desde entonces, el chico y su familia son prácticamente un misterio. A su padre, por ejemplo, la Justicia no logra ubicarlo para entregarle las citaciones por los juicios civiles que iniciaron los padres de las víctimas. En algún momento pidió cambiar la identidad de su familia y en Prefectura La Plata —donde sigue siendo Ayudante de 2ª— cada vez que se pregunta por él dicen que está de licencia.

Los que conocían a Rafael "Junior" Solich dicen que no lo volvieron a ver.

Alicia Ramallo, la jueza que lo sobreseyó

"Todos me preguntan por él; no sé nada"

Por Mauro Decker Díaz

N
o eran las 8 cuando su secretaria la llamó. La doctora Alicia Ramallo caminaba por la primera cuadra de Alsina, en Bahía Blanca, mientras le decían por celular que un chico había entrado con un arma a una escuela de Patagones —274 kilómetros al sur— y que había muertos.

Ella ya lo sabía. Lo había escuchado en la radio. Lo que le decía su secretaria era que la causa le tocaba a ella, al Juzgado de Menores Nº 1 de Bahía Blanca.

Llegó a su despacho de Corrientes al 100. Antes de viajar a Patagones con el jefe de la Policía Departamental, Luis Alberto Castro, hizo algunas llamadas.

Se comunicó con la policía que se encontraba en la escuela y antes de viajar decidió trasladar a "Junior" por la "convulsión" que reinaba en esa última ciudad de la provincia de Buenos Aires.

La jueza al llegar al hospital de Patagones.

En la ruta, Ramallo pidió parar. De frente venía el vehículo que llevaba a "Junior" a Bahía. La jueza se bajó. Cruzó el camino y le dijo algo al chico que había matado a 3 compañeros.

"Me pareció igual a los chicos con los que estoy acostumbrada a tener trato. Nada que llamara la atención —recuerda la magistrada —Siempre estuvo callado."

Las crónicas periodísticas de esa fecha dicen: "'Junior' le dijo a la jueza que estaba arrepentido".

Cuando llegó a Patagones, Ramallo se puso en contacto con los familiares de las víctimas en el hospital.

"Estaban callados, no sabían de qué hablar. No sabían lo que estaba pasando."

Ese día se quedó en Patagones hasta las 10 de la noche. La acompañaba su secretaria, Marina Simone. Era la primera de varias visitas.

"Ver el cadáver de una chica de 15 años, con el guardapolvos, en la escuela. Y después otro y otro. Trabajo con homicidios, abusos. Pero esto fue distinto.

"Todo lo que se hizo se tuvo que improvisar, porque era algo que no había pasado nunca", dice la jueza Ramallo. Recuerda la ayuda que recibió de Prefectura: "Nunca un menor había estado alojado en un edificio de esa fuerza. Fue una excepción."

"La causa era muy sencilla porque 'Junior' era inimputable. Al tener menos de 16 años el Estado renuncia a la potestad punitiva y por lo tanto no se puede aplicar ninguna pena ni procesarlo —explica. También dice que todo fue en carácter "asistencial" para el chico, sus padres y su hermano de 12 años.

"Hoy, todo el mundo me pregunta por 'Junior'. Después de que cumplió los 21 años no volví a tocar la causa. La verdad no sé nada de él."

Los padres. "Los padres de 'Junior' siempre estuvieron muy abiertos a todo tipo de tratamiento para el chico, nunca lo abandonaron. En un primer momento el papá tuvo mucha culpa, pero también estaba muy molesto con el colegio. Fue varias veces a pedir que lo ayudaran; creo que notaría cosas en su hijo."

La educación. La jueza dice que el Ministerio de Educación bonaerense no estaba "preparado para una situación así y se trabajó improvisando. Tomaban medidas, fracasaban; tomaban otras, fracasaban… y así". Además subraya que no había un "protocolo" para seguir. "Si hoy vuelve a pasar, estamos exactamente igual".

Raquel Incaminato, inspectora escolar

"No fue bullying; fue un brote psicótico"

Por Matías Mugione

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n 2004, Raquel Incaminato trabajaba en el distrito escolar de Patagones y su tarea era recorrer escuelas. Iba 2 o 3 días por semana.

"Los docentes siempre miramos más a los que hacen más revuelo. Los chicos callados pasan más desapercibidos", dice.

Cuenta que el Equipo de Orientación Escolar (EOE) "lo había tenido en cuenta en algún momento", pero sólo porque "era tímido y silencioso". No porque se lo considerara un riesgo.

"Lo de 'Junior' fue un brote psicótico. No le hacían bullying —asegura Incaminato—. Después se dijo que el chico era pro nazi. Nada de eso se pudo corroborar, al menos desde lo que nosotros conocíamos de la escuela y lo que hemos indagado posteriormente. Hay cosas que dicen que dijeron, pero no constan en ningún lado. No hay actas de entrevistas del equipo con los padres."

"Veníamos acostumbrados a que cada escuela era un mundo. Trabajabas sola. Después de la tragedia rompimos un poco con esa estructura."

Incaminato cuenta que una nieta y un sobrino suyos son alumnos en el colegio de "Junior" y que ahí las cosas cambiaron para bien.

"Hoy los chicos están felices, tienen espacios. Y la actual directora Adriana Roumec se puso la escuela al hombro. Cada turno tiene su gabinete de orientación escolar, se creó un centro de estudiantes y se trabajó con un equipo interdisciplinario en el que participó gente del hospital, la Provincia y la Nación."

Rodrigo mirá Patagones desde Viedma, al otro lado del río Negro, donde vive ahora.

Rodrigo Torres, un herido grave

"El dolor es inevitable"

Por Gustavo Pereyra

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uiero terminar de armar el rompecabezas. Pero hay piezas que faltan. Me gustaría charlar con "Junior", cruzar palabras con él y saber qué le pasó por la cabeza. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué a mí?

A veces tengo pesadillas. Aparecen esos fantasmas que no te dejan tranquilo. Sueño con armas de fuego, con "Junior" y me despierto transpirado, tenso, preocupado, buscando una ubicación. No lloro.

Y a veces sueño con los chicos.

El dolor es inevitable. Yo vi a mis compañeros muertos. Llevo la marca en mi piel, en mi cuerpo. Cada vez que me baño o me saco la remera está conmigo.

Cada vez que arranca septiembre no sé qué hacer. No sé cuál es la manera de que duela menos y pase rápido.

No puedo imaginar el dolor de las familias que quedaron sin sus hijos. Debe ser lo más feo. De vez en cuando me los cruzo. Me abrazan como si fuese el hijo de ellos y trato de devolverles el mismo afecto. Nunca va a ser el mismo.

En la piel para siempre

Aquel martes de 2004, Rodrigo no quería ir al colegio. Pero fue, y "Junior" le dedicó 2 de los balazos que repartió entre sus compañeros.
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Rodrigo: "Hablar de la Justicia me indigna. Jamás nos dio una respuesta. Yo no tendría que estar haciendo una marcha para pedir justicia."

Pablo Saldías Kloster, el herido más grave

"Nunca se dieron cuenta de que 'Junior' estaba loco"

Pablo vive en Bahía. De vez en cuando vuelve a su ciudad.

Por Pablo Goicochea

Me acuerdo de 'Junior' porque no era un nombre común. Lo conozco desde el jardín. Él era normal, jugaba al fútbol y parecía que tenía amigos", cuenta Pablo Saldías Kloster, que recibió 3 balazos de su compañero y fue el que más grave estuvo.

"Tuve 8 costillas quebradas, no tengo un riñón, me sacaron parte de un pulmón y el bazo. Tengo todo el cuerpo cosido. De qué forma entró a tirar tiros el pibe no me interesa contarlo."

Para Pablo, el pibe "iba decidido a cualquier cosa, a quitarle la vida a cualquiera, porque "era un enfermo mental" que no tuvo la ayuda de quienes debían cuidarlo.

"Nunca se dieron cuenta de que tenía ese problema. ¡Estaba loco!"

"El 28 de septiembre no puede ser un día más. Me gustaría que se recuerde sin lástima y se concientice a todos los chicos de las escuelas de que esto no tiene que volver a pasar."

Dice que no lo maltrataban: "Lo más fácil es decir que entró con un arma porque le hacían bullying. Si ni siquiera daba como para joderlo".

Tampoco le interesa charlar con "Junior": "¿Qué gano con preguntarle por qué lo hizo? ¿Cambia en algo? ¿No tengo más cicatrices? ¿Estoy todo bárbaro? ¿El daño psicológico que generó en mí y en mi familia se sanó? No me dan ganas de sentarme a hablar con él. Ya está. El daño lo causó".

No estuvo muerto quien peleó

"Junior le acertó 3 veces, pero Pablo aguantó, aguantó y aguantó. Hoy la puede contar.
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Claudia Kloster, madre Pablo Saldías

“La responsabilidad del Estado es inobjetable”

Por Pablo Goicochea

L
a mamá de Pablo Saldías Kloster, Claudia, todavía tiene esperanzas. Busca una respuesta a lo que ocurrió.

"Ese día dejé a mi hijo a la puerta de la escuela. No le pasó afuera, ni en la vereda. La responsabilidad del Estado es inobjetable”, afirma.

Cree que todo se olvidó. “Lo que sentimos es como que acá no ha pasado nada. Así se ve”.

Para Claudia lo más difícil es el después. “Cuando digo el después, no es a los 5 minutos, una hora. Es que hayan pasado 10 años y todavía estemos los padres pidiendo justicia. Es una falta de respeto”.

Silencio judicial.

“Hay una causa civil pero está parada”, dice Claudia.

La mamá de Pablo le reclama a la Dirección General de Escuela. “Por más que hayan mirado para otro lado, pasó adentro de una escuela de la provincia de Buenos Aires”, dice.

“Pedimos una reparación económica porque de qué otra manera el Estado se va a hacer presente, ¿va a venir alguien a dormir con el chico cuando ya se siente bien?”, describe.

La causa de la familia Saldías está archivada junto a la de las demás víctimas en el Juzgado Federal Nº 2 de Bahía.

“Se unificaron porque están encadenadas y los expedientes van todos juntos para un lado y todos juntos para el otro”, relata.

“Pedimos por la baja de imputabilidad de los menores y tampoco hicieron nada”. Claudia siente que la protección estuvo para el victimario y no para las víctimas.

“De a poco se fueron borrando”

“Al principio vinieron todos pero de a poco se fueron borrando”, cuenta enojada sobre las actitudes de los políticos de turno tanto de la Provincia como de Patagones.

Para Claudia, “es un manoseo que no se puede entender”.

“¡Imposible! ¿Cómo va a haber un tiro en una escuela?”

¿El cuarto muerto?

Juan Pablo González, el preceptor que ayudó a Saldías

"El médico me dijo que buscara tranquilidad y vine a Patagones"

Por Damián Vallejos

J
uan Pablo González había sido preceptor en escuelas de villas en el Conurbano bonaerense y conocía muy bien el sonido de un disparo. En 2004 tenía 32 años y su médico le recomendaba tranquilidad: decidió, entonces, irse a Carmen de Patagones.

Cuando llevaba 9 meses intentando tomar con calma su vida, "Junior" apareció y tiró contra sus compañeros.

Eran las 7:30 y Juan Pablo estaba tomando lista en otro curso cuando escuchó el primer disparo.

"Sentí un golpe, un golpe seco. No imaginé que era adentro de la escuela. Después se escuchó el resto de la descarga del primer cargador. Un tiro atrás del otro."

El estruendo en el Conurbano era moneda corriente ya que distintas bandas se peleaban —afirma—, aunque nunca los había escuchado dentro de un edificio. "Suena feo, pero uno se había acostumbrado a eso", reconoce.

"Salí corriendo para el lado de donde se veía venir gente. Una chica gritaba '¡Socorro! ¡Aauxilio!'. Seguí derecho y cuando me quise acordar ya estaba dentro del aula —cuenta—. Y bueno... llegué y estaban los 4 cuerpos tirados."

Juan Pablo dice que fue viendo si los chicos tenían signos vitales, que notó que 3 estaban muertos, y que cuando llegó a Pablo Saldías se dio cuenta de que tenía un poco de pulso. Lo ayudó, lo reanimó y se lo dio a los bomberos y policías.

¿Y si hice algo mal?

"Mi miedo era si no me había mandado una macana. ¿Y si por moverlo el pibe se moría —dice Juan Pablo—. Por suerte Dios me iluminó e hice las cosas bien. No tenía noción de nada."

Al principio, Juan Pablo se sentía solo, ajeno a todo lo que ocurría alrededor. La ficha le cayó al rato: "Cuando empezás a enfriar el cuerpo y comenzás a ver que la campera estaba manchada, que la gente estaba ahí... te agarra miedito y te preguntás: '¿Y ahora?'."

¡Que alguien le diga!

No recuerda quién era, en realidad nunca lo supo o no lo quiso saber, pero la mamá de una de las chicas fallecidas preguntaba por su hija y nadie le decía que era una de las víctimas.

"Es la imagen más triste que tengo, al margen de ver a los chicos que murieron —se lamenta—. Yo la miraba y me decía '¡Qué alguien le diga!'. Yo no me animaba".

Esa imagen todavía no se la olvida. Fueron los bomberos quienes le dieron la noticia.

"Junior" y ¿Dante?

"Los crucé a 'Junior' y a Dante. Ya habían salido y habían hecho la macana".

Juan Pablo habla en plural: "Viste que esto es un pueblo chico e infierno grande, todo el mundo se conoce y siempre se sospechó que uno era el que le hacía la cabeza al otro y el otro fue el que ejecutó la tarea".

Como no era el preceptor de ese curso, él no se acuerda de la cara de Junior. De Dante sí, ya que lo vio unos días después en el regreso a clase.

"Fue una sensación rarísima porque veías que todos los compañeros que habían quedado lo esquivaban. De ahí, nunca más lo vi."

El bullying, una moda

Juan Pablo es uno de los que afirman que no fue un caso de bullying y que ahora esa palabra está de moda para todo.

"Los pibes hacen algo y enseguida empiezan. Pasó siempre. Esto se fue al otro extremo —dice—. Yo soy chueco, narigón y tengo labio leporino. ¿Quién no me cargó alguna vez?"

Para él, "de última", las cosas se "arreglaban" a las trompadas.

"Tendrían que haber habido 500 millones de 'Juniors' toda la vida porque a todos alguna vez nos cargaron."

Sin justicia

El preceptor, que hoy divide sus turnos entre la escuela Islas Malvinas y la de Agricultura, cree que no hubo justicia.

"Por lo menos hoy a 10 años tendría que haber algo bien claro. No que informen a todos, pero por lo menos que a las familias les digan dónde está 'Junior' o qué le pasó. Pero bueno, te ponés a pensar y hay miles de casos en donde nunca se sabe."

El mejor lugar

Juan Pablo dice que, pese a todo lo que pasó esa mañana, Patagones es su lugar en el mundo.

"Todos los amigos que vienen a visitarme se van contentos y lamentan que se conozca al pueblo por 'el lugar en donde se cagaron a tiros'. Ven el rio, la gente, y les encanta."

Oscar Lozano, el cirujano que operó a Saldías

“Hay que darle al bullying su verdadera importancia”

Por Belén Uriarte

Metele porque un paciente se está muriendo en quirófano; hay 2 heridos más y creo que hay muertos”, le dijo un médico de guardia.

Oscar Lozano Gutiérrez, cirujano del Hospital Ecay de Carmen de Patagones, subió corriendo las escaleras tras un llamado telefónico y entró al quirófano. Se encontró con un adolescente pálido que lo miró y le pidió: “No me dejes morir”.

Lozano le revisó las 3 heridas, lo diagnóstico sólo con un estetoscopio y comenzó la operación. La vida de Pablo Saldías, uno de los 5 heridos, pendía de un hilo y el tiempo jugaba un rol clave.

* * *

Las heridas de Pablo estaban en el corazón, debajo de la tetilla derecha y en un riñón.

El cirujano encontró una lesión “severísima” en el pulmón izquierdo y le tuvo que sacar la mitad. También operó el pulmón derecho, aunque el daño era menor. Mientras suturaba la herida, el anestesista le pidió que se apurara porque el paciente “se moría”.

Lozano se acordó de la herida en la parte posterior. Examinó el abdomen y se encontró con el riñón izquierdo estallado, el bazo izquierdo destruido y el estómago traspasando el tórax. El diafragma, músculo que divide el tórax del abdomen, se había roto y tuvo que repararlo. También extirpó el riñón y el bazo, y recién ahí Pablo se estabilizó.

El médico, de 62 años, apenas podía mantenerse de pie. Habían pasado 4 horas.

* * *

Saldías siguió su recuperación en el hospital de Viedma, porque el Ecay no tenía terapia intensiva. Lozano fue a ver la evolución de su paciente y se llevó una gran emoción. Pablo lo reconoció, puso su mano derecha en el corazón y se la extendió.

Para el doctor fue como decir “te quiero, te doy mi corazón”.

Desde hace 6 años el hospital de Patagones tiene sala de terapia intensiva y se llama “28 de septiembre” y el aparato que permite evaluar casos graves como el de Saldías. Se consiguió tras una carta que Lozano envió a las autoridades bonaerenses. Aún resta un tomógrafo.

* * *

“Junior -a quien el cirujano no conoce- tenía una patología adicional pero la patología aflora en uno cuando la estimulan. Y una de las formas es el bullying. No es que quiero echar la culpa y decir que los muertos y heridos le hayan hecho el bullying, pero sé positivamente por compañeros tanto de Pablo como de Junior que él lo sufría”, sostuvo el médico, aunque aclaró que nada justifica su “actitud criminal”.

A su vez, lamentó que este tipo de sucesos “se adormezcan con el tiempo” y pidió a las autoridades de todos los colegios que le den al bullying “la verdadera importancia” porque “aún suceden cosas que nos horrorizan”.

Las paredes de Patagones...
... y la entrada al colegio, 10 años atrás.
Y la escuela, hoy.
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