E n la mañana del 27 de julio de 1964 el bahiense Alfredo Julio Ferraro, de 19 años, se presentó en la oficina de reclutamiento del Ejército norteamericano en Newark, New Jersey, y solemnemente y en perfecto inglés hizo el juramento ese de las películas, que termina invocando la ayuda de Dios.
   318 días más tarde pisó Vietnam para pelear en una guerra que no entendía y nunca estuvo en sus planes.
   -Y nada de “¡Oh, Dios, salvame!” -dice Alfredo medio siglo después, a los 70 años y con un inoxidable acento argentino-. Fui a colegios católicos y era creyente hasta cierto punto. Pero estar bajo fuego no me hizo más religioso: buscaba el árbol más gordo para esconderme atrás.

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A lfredo Ferraro es uno de al menos 2 argentinos que combatieron en Vietnam. El otro es su primo Fernando Cortés, que nació en Buenos Aires y murió a los 41 años de un ataque al corazón. Era ingeniero eléctrico y entrenador de fútbol.
   Posiblemente hubo más compatriotas en esa guerra emblemática que duró casi 20 años (del 1 de noviembre de 1955 al 30 de abril de 1975) y que Estados Unidos perdió en la jungla y ganó en los estudios de Hollywood.
   Pero no es fácil de determinar: La Nueva. cursó pedidos de acceso a la información a los National Archives en abril y en junio apenas confirmaron que Alfredo había estado en el Ejército entre 1964 y 1967.
   La mayoría de los registros permanece sin digitalizar y las bases de datos disponibles no especifican dónde nacieron los soldados.



" Nací en Bahía Blanca el 21 de septiembre de 1944. Mis padres, Alfredo L. Ferraro, un furriel de la Armada Argentina, y mi madre, María Carmen Cortés, ama de casa.”
   Así arrancan sus memorias, escritas especialmente para La Nueva. Son 13 páginas de Word: 9.830 palabras, 58.450 caracteres en letra Calibri tamaño 9, y 29 fotos.
   “Creo ser el único bahiense veterano de la guerra de Vietnam.”
    Aunque no se anotó para eso, Alfredo.
   -Fue como una acción de gracias por dejarme entrar en el país -dice en la primera de una serie de largas charlas vía Skype desde su casa en Trion, al norte del estado de Georgia, en la cima de una montaña, donde vive con su segunda esposa, la escritora y agente literaria norteamericana Barbara Casey, y el perro “Benton”.
   Además, a los 19 años Alfredo no sabía qué hacer de su vida.
   Ya llevaba 14 meses en EE.UU.; había trabajado barriendo pisos y empaquetando etiquetas y estaba creciendo como cajero de un banco. Pero se sentía solo.
   Extrañaba los amigos de la adolescencia argentina, extrañaba bailar en el grupo de folclore de la peña La Candelaria de la Società Italiana di Tiro a Segno de El Palomar, extrañaba cantar Los Chalchaleros y tocar la guitarra con sus compañeros del colegio Emaús...
   -Extrañaba la joda -dice Alfredo.
   Y también extrañaba a Mabel.
   -Era mi consentida en esa época. Estando lejos nos escribíamos cartas seguido, hasta que empezaron a mermar por culpa de nuestros padres, que las escondían. De esto me enteré por ella, hace poco: todavía nos comunicamos porque la encontré en Facebook.
   Hubo otra razón por la que Alfredo decidió alistarse en el Ejército norteamericano. Una razón más profunda, que recién concede en la confianza de la tercera charla con La Nueva.:
   -Hasta venir a los Estados Unidos me creía un nene de papá. Siempre sentí que mi padre me veía como un chiquilín, ¿me entendés? Siendo militar, él era muy estricto. Y a mí me gustaba mucho más la joda que estudiar. Él no comprendía eso. Pero lo que pasó después, en la guerra, le ha probado que yo era diferente. Me convertí en un hombre a los 20 años.



A principios de abril de 1965 su unidad militar, la Compañía 510° de Ingenieros, recibió una orden del Estado Mayor: debía desplegarse a Vietnam. Recién entonces le cayó la ficha.
   -Pensé: “Bueno, me jodí”. Pero tenía la obligación; había dado mi palabra de honor y eso para mí vale mucho. Y lo vi como una oportunidad de decirle a mi viejo: “Acá también hay un Ferraro bien plantado”.
   -¿A quién debías demostrarle más: a tu papá o a vos mismo?
   -Ufff... Yo creo... creo que también era algo para mí. En esos momentos duros no sabés cómo vas a reaccionar. Siempre está el miedo, a menos que seas uno de esos tipos que tienen el ADN de hijo de puta, que no les importa si matan. Y a mí nunca me gustó el conflicto, ¿me entendés?
   -¿Mataste?
   -Sí. Bah, eso creo. Yo era experto en tiro. Mi padre me había enseñado con la .45 y además aprendí con el fusil en el polígono de la Sociedad Italiana, en El Palomar.



A lfredo y otros 2.496 soldados zarparon del puerto de Oakland, California, el 13 de mayo de 1965 en el USNS General LeRoy Eltinge.
   Tuvieron varios problemas en la navegación. Desde la escasez de agua potable hasta la rotura del barco: quedaron a la deriva en el océano Pacífico y cruzaron 3 veces el meridiano 180°, la línea internacional de cambio de fecha.
   Finalmente, tras 28 días de travesía, el 10 de junio del 65 llegaron a Vietnam. En la bahía de Cam Ranh hicieron el primer desembarco anfibio de la campaña militar, parecido al de Normandía en 1944, el famoso Día D de la Segunda Guerra Mundial.
   -Aguas cristalinas, vegetación tropical, arenas doradas... un paraíso -recuerda Alfredo-. ¡Pero nunca habíamos practicado un desembarco!
   Cada hombre, cargado con 30 kilos, tuvo que descender unos 15 metros usando redes colocadas a los costados del barco para luego saltar a su lancha, que “se bamboleaba como un corcho”.
   -En esos 2.500 metros que nos separaban de tierra, unos 15 minutos, me habré cambiado el calzoncillo 20 veces... No sabíamos qué iba a pasar. Gracias a Dios no recibimos ni un disparo de fuego enemigo.



L a Compañía 510° de Ingenieros se apostó a unos 500 metros de la playa. Como el suelo era arenoso, no podían clavar estacas y tuvieron que dormir al aire libre.
   -El único inconveniente fueron los cangrejos que se nos subían y caminaban por nuestros cuerpos... Por suerte el suplicio duró “sólo” 6 días...
   Al séptimo zarparon hacia Saigón, la ciudad más grande de Vietnam, hoy llamada Ho Chi Minh. Tardaron casi 48 horas para recorrer 412 kilómetros en barco. Entraron en el delta del río Saigón, rumbo al puerto. Y en esos 54 kilómetros sufrieron 2 emboscadas.
   -Respondimos con descargas de ametralladoras y rifles. Estoy seguro de que eliminamos a todos los francotiradores. Y yo creo que maté alguno. Uno ve gente caer y piensa: “Bueno, fue mi tiro”.
   -¿Remordimientos?
   -No. Hay que apoyar a los compañeros y hacer lo que tenés que hacer. Si no, se jode todo. La guerra es muy cruel. Hay miedo... Ves amigos lastimados o muertos y pensás: “¿Cómo es que a mí no?”. Perdimos 14 tipos en la compañía...
   -¿Hay ruidos que aún te atormentan?
   -Donde vivo hay mucho bosque y se cazan ciervos. Una vez fui para el granero y escuché “ts, ts, ts, ts”. Eran balas cortando las hojas de los árboles. Los disparos venían de la montaña de enfrente. Me hicieron acordar a la emboscada. Entonces fui a buscar mi Mauser argentino y tiré en esa dirección. Pegaron un grito, asustados, y yo les respondí: “¡Hay gente acá!”.
   -¿Tenés pesadillas?
   -Duermo muy profundamente y no recuerdo los sueños. Tengo esa suerte. Pero mis 2 esposas me han dicho que algunas noches parece que peleo con alguien. Igual soy de mente bastante fuerte.
   -¿Recibiste asistencia psicológica al volver de Vietnam?
   -No. Nunca quise. No creo tener problemas. Considero que estoy bien.
   -¡Me acabás de contar que les tiraste con el Mauser a unos cazadores!
   -¿Y qué iba a hacer? Obviamente apunté para arriba, eh. Tengo armas, sí. Un montón. Emplazadas en distintos lugares de mi casa. El Mauser, pistolas con láser, un rifle semiautomático... Y sé usarlas. Pero sólo lo haría para defenderme. Si un desconocido entra, no lo pienso 2 veces. Yo era un hombre al que no le gustaban los animales y cuando volví de allá no podía matar ni una mosca.

A lfredo pudo elegir su especialidad en el Ejército porque prefirió firmar un contrato por 3 años en vez de hacer 2 de conscripción y que le asignaran cualquier tarea. Y eligió ser furriel. Igual que su papá en la Marina argentina.
   Era como un oficinista, el suboficial encargado de todo papeleo: esquema de guardias, correspondencia, licencias, registro de actividades de la plana mayor, etcétera. Y también cada mañana confeccionaba el “Reporte mañanero”, un detalladísimo informe sobre el personal y las tareas de su unidad.
   -Pero se trataba de una compañía de combate -aclara-, así que mi escritorio era portátil y con él iba al frente.
   A los 2 meses en Cam Ranh lo convocaron de la Oficina de Personal. Le dijeron que podía irse a casa, porque no era ciudadano estadounidense y esa guerra no había sido declarada por el Congreso.
   -Las cosas no estaban tan calientes y se hablaba de que sólo los veteranos de Vietnam iban a tener beneficios al volver. Entonces decidí quedarme. Con el tiempo se puso más peliagudo; fui y dije que había cambiado de idea. Me contestaron: “Usted ya tomó una decisión y ahora debe permanecer el resto del despliegue”.





R ecién a principios de junio de 1966 Alfredo volvió a los Estados Unidos, tras 12 meses y 4 días de servicio en tierra vietnamita sin demasiadas complicaciones.
   Bueno: al menos eso creía.
   Más de 40 años después, preocupado por una serie de enfermedades que le parecieron raras, fue al médico. Le hicieron varios análisis y le certificaron que había sido afectado por el agente naranja, uno de los químicos que rociaron los norteamericanos para devastar sectores selváticos y plantaciones del enemigo.
   Alfredo tiene problemas en el corazón (4 stents), en el hígado, en el páncreas y en los oídos; psoriasis, artritis, diabetes, parálisis del nervio ciático, pérdida de sensibilidad en el muslo izquierdo...
   Recibe una subvención de 2.000 dólares mensuales, y atención y remedios gratis. Toma 13 por día, incluyendo una inyección enorme que él mismo se aplica en la pierna que no le duele.
   -No estoy joven -dice-, pero me siento bastante bien. Tengo una vida cómoda y ando contento. Lo único que no me gusta es el gobierno de Obama.



A l retornar de Vietnam Alfredo tuvo que terminar su contrato con el Ejército en Fort Sill, Oklahoma. Le hicieron una oferta: si aceptaba alistarse otros 6 años, le daban un ascenso y 10.000 dólares. La rechazó porque “no quería regresar a la jungla”.
   El 26 de julio de 1967 finalmente volvió a la vida civil en New Jersey. Al primer día laborable consiguió trabajo en el departamento de exportaciones de American Cyanamid, una compañía... química.
   El 17 de septiembre, 4 días antes de cumplir 23, se casó con Isabel, una argentina hija de armenios con la que se carteaba periódicamente durante la guerra. Pasaron la luna de miel en las Bermudas. Fueron papás de Alex y de Marissa.
   Alfredo se puso a estudiar computación. Al recibirse fue 3 años programador de una empresa que hacía ropa interior femenina, entre ellas la marca que usaba Mamie, la esposa del presidente Dwight Eisenhower (1953-1961).
   Luego trabajó en el Banco de Broadway, en la automotriz British Leyland y en Fiat-Ferrari, desarrollando sistemas de conexión entre la voz y las computadoras.
   En 2003 montó su propia firma, LTD América, dedicada a los accidentes laborales. Se jubiló  en 2009.
   Además, creó 2 revistas en castellano junto con otros 3 latinos: ¡Mira!, de farándula, y Acción deportiva.
   Alfredo simpatiza por el Partido Republicano. Pasó 29 años casado con Isabel y lleva 18 con Barbara, su segunda mujer. Festejó los 70 en la última primavera e igual sigue -dice- “con las manos en la masa”, haciendo traducciones y consultorías tecnológicas y colaborando con la Oficina de Servicios para Veteranos en el estado de Georgia.

- ¿Lloraste en Vietnam?
   -No. Después de la guerra sí.
   -¿Cuándo?
   -La primera vez, cuando el presidente [Bill] Clinton fue al cementerio de Arlington por el Día del Veterano. Ese tipo no podía estar ahí porque evadió el servicio militar con el pretexto de los estudios universitarios. Me puse a llorar de la bronca.
   -¡Estuviste 30 años sin llorar...!
   -Sí. Qué sé yo. Al volver sólo recuerdo un episodio: estaba viendo una película, había una ametralladora y empecé a temblar. Pero llorar, no. Ahora lloro más. Por ejemplo, al ver a los muchachitos maltrechos, sin piernas y sin brazos, que vuelven de las guerras que tenemos ahora.
   -¿Qué te enseñó la guerra?
   -A querer al prójimo. Eso es lo más importante. Y a no reaccionar rápido. Además, aprendí a tener cuidado con lo que dice el gobierno: ellos tiran los hilitos y nosotros sólo somos marionetas. También a confiar en la mano de Dios, porque tal vez hoy yo sería sólo un nombre en una placa en una pared y no estaría contándote esta historia.

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A lfredo tuvo esta historia dentro, escondida, durante 50 años.
   -Nunca la había contado. Ni a mis esposas... Cuando mis hijos me preguntaron qué hice en la guerra, respondí: “Corría detrás de las vietnamitas”, estupideces así. Mi suegro es veterano de la Segunda Guerra Mundial y de Corea y tampoco lo hablé con él.
   -¿Por qué?
   -No sé. Nunca tuve el deseo ni pensé que era algo extraordinario. Y no me gusta vanagliorarme de nada. Vos sos la primera persona a la que le doy un relato de todo.
   -¿Por qué?
   -Qué sé yo. Me abriste la puerta y fue una manera de desahogarme un poco.

BAHÍA Y ARGENTINA

“Me encantaría volver”



    Alfredo Ferraro lleva 53 años en los Estados Unidos y apenas volvió 2 veces a la Argentina. La última vez fue a principios de los 60 y pasó unos días por Bahía.
    -Es una ciudad preciosa.
    -¿Y vos cómo sabés?
    -Porque visito lanueva.com, vi un montón de fotos, de vez en cuando me meto en Google Earth… ¿No sabés que acá tenemos satélites en todos lados? Cuidate con los calzoncillos que estás usando, jejejeje.
    -¿Qué te acordás de Bahía?
    -Poco, porque estuve 5 años nomás. Recuerdo que los fondos de la casa que alquilaba mi familia daban a la pileta del club Olimpo, que mi padre me llevaba a ver los trenes al puente de avenida Colón...
    -¿No tenés ganas de visitarnos?
    -¡Unas ganas bárbaras! Bahía me tira… Me encantaría volver. Tengo que convencer a mi esposa, que nunca bajó más allá de México.
    -¿Y de Argentina qué decís?
    -La llevo muy adentro. A pesar de que viví ahí sólo 15 años, tengo muy buenos recuerdos. Me produce algo de congoja, porque al venir acá se me cortó la juventud como quien cierra una canilla.



LOS VICIOS DE LA GUERRA

Sexo, drogas, rock, alcohol

    Cuando la guerra daba un poco de descanso, los soldados norteamericanos tenían bares, jugaban a las cartas, hacían deportes...
    -Me hice bastante experto en ping pong -dice Alfredo-. Una vez estuve 4 horas jugando sin parar porque el que ganaba, seguía.
    También escuchaban el célebre programa Buenos días, Vietnam (popularizado en la película homónima con Robin Williams) y sonaban, entre otros, Elvis Presley y Buddy Holly. Pero Alfredo seguía aferrado a nuestro folclore.
    -Nunca agarré la guitarra allá, porque prefiero la criolla y no había. Y ni siquiera cantaba Los Chalchaleros en la ducha, porque mis compañeros hubieran dicho: “Este está loco”.     A veces, cuando estaba solo, por ahí soltaba unas líneas de Sapo cancionero:
    Canta tu canción,
    que la vida es triste
    si no la vivimos con una ilusión.

       Para divertir a la tropa el Ejército también llevaba artistas como Bob Hope.
-Y algunas muchachas bien puestas, digamos, como Ann-Margret.



    -¿Tuviste algún affaire?
    -Bueno, por ahí hacíamos visitas a casas de mala reputación… Una vez cayó la policía local y tuve que escaparme por la ventana y corrí por los techos de chapa, enganchándome con los cables, semidesnudo. Y todo “por un canto de chocha”, como dicen los cubanos...
    -¿Y qué podía hacerles la policía vietnamita?
    -Ja, nosotros les decíamos “Ratones Blancos”, porque eran tipos chiquititos y usaban uniforme blanco. Si te agarraban, te entregaban a las autoridades norteamericanas. No podías tener relaciones con las nativas.



    -¿Alcohol?
    -Tomábamos mucha cerveza. Sobre todo la San Miguel, que era de Filipinas [hoy es española].
    -¿Te drogaste?
    -Nunca en mi vida. Y en mi compañía no vi a nadie drogándose. Sí había muchos con enfermedades venéreas: en un momento tuvimos el 65 % de la gente con gonorrea...

Plata o...

    En Vietnam algunos soldados adoptaron una especialidad un tanto extraña.
    -Les decíamos “shit burners” -dice Alfredo-. Los quemamierda.


    Resulta que los campamentos en Saigón tenían pozos ciegos, pero en Cam Ranh el suelo era arenoso y no se podía. Entonces los barriles de 400 litros, cortados a la mitad, se transformaron en inodoros.
    -Había un asiento largo con 4 agujeros y abajo se ponían los barriles. Y enfrente había una estructura igual. Cuando te sentabas, en vez de leer el diario tenías una conversación con otro...
    -¿Te costó adaptarte?
    -No, es algo común en el Ejército y te obliga a perder las inhibiciones. La necesidad te empuja: no te vas a hacer en los pantalones...
    Cada mañana entraban en juego los shit burners: tiraban combustible en los barriles llenos de deshechos y los prendían fuego.



    -¡Se pasaban haciendo eso todo el año! Voluntariamente...
    -¿Tenían algún beneficio a cambio?
    -Claro: no iban a ningún lado donde les pudieran pegar un tiro. Era un trabajo de mierda, pero razonable.

La 510º



    La Compañía 510º de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos, donde Alfredo Ferraro pasó 527 días, se conoce así desde 1954.
    Sin embargo, su origen se remonta a la 422º, formada el 24 de marzo de 1942 durante la Segunda Guerra Mundial.
    En Vietnam la compañía tuvo su actuación más destacada; recibió una condecoración y la desactivaron el 30 de abril de 1972.
    Volvió a la acción en 2005 y desde entonces cumplió tareas en Irak y Afganistán.
    Hace 5 años en Fort Hood, Texas, 3 de sus integrantes fueron asesinados en la masacre que perpetró el mayor Nidal Malik Hasan, un psiquiatra musulmán e hijo de paquistaníes que en total mató a 13 personas e hirió a 30.
    En agosto de 2013 una corte marcial lo condenó a muerte, pero aún no fue ejecutado y permanece en una cárcel militar de Kansas.
    “El sargento mayor Clarence W. Futch es el único de la 510º con el que tuve contacto reciente, hace un par de años -cuenta Alfredo-. Tenía como 90 y estaba mal por un cáncer. Ya falleció.”